domingo, 29 de noviembre de 2015



SEUL 88



Dirijámonos a la final olímpica, mejor dicho de ese quinto set. Esa última jugada, donde a GinaTorrealva no le levantaron bien ese balón. Era demasiado riesgo para una definición de medalla de oro. Al final ese mate fallido fue como un disparo al aire que nos dio a todos en el centro del corazón. Después de veinte años viendo esas imágenes una y mil veces. Aquel mate final de Gina.T supera al bloqueo soviético y así consigue que todos los que madrugamos ese 29 de septiembre de 1988 podamos reconciliarnos con el pasado de la gente que confiaba en ellas. También puedo observar en los archivos cuándo, minutos antes, Cenaida Uribe no culminó ese *match point*que tanto había buscado Perú. Aquella medalla de plata del vóley peruano en Seúl 88 es, sin duda, el más grande logro colectivo del deporte nacional en toda su historia. El  29 de septiembre se cumplen veintisiete años de esa penosa final con la desaparecida Unión Soviética. Nadie se olvida de que el Perú no durmió en esa madrugada y que a lo largo y ancho del territorio nacional, como diría Lucho Yzusqui, las antenas se calentaron sin necesidad de que salga el sol. Fueron varios madrugadas en aquel septiembre de 1988, con las infaltables voces de Yzusqui o de Miguel Portanova, con la canción “Vóley peruano? de *José Escajadillo* como antesala a cada partido. El 3-0 ante el “ex hijo? Brasil, el inigualable 3-2 ante China y las angustiantes definiciones (también por 3-2) con Estados Unidos y Japón. Una campaña que bordeó con lo impecable y que merecía terminar mejor. ¿Qué pasó? ¿Por qué después de ir 2-0 arriba las soviéticas nos voltearon el encuentro? Yo solo sé por personas y familiares que conozco solo en esa mañana hablaban del partido, con muchas dudas que nadie tenía ganas de responder.
He leído algunos relatos sobre esa final de Seúl 88 y muchos aseguran que ese Perú vs. U.R.S.S. fue la mejor definición en toda la historia del vóley olímpico. Por técnica y fuerza, por drama y adrenalina. Y también por Nikolai Karpol, el encendido entrenador soviético que convirtió sus indicaciones en una dura expresión de terrorismo táctico que nadie ha logrado descifrar hasta hoy. Según la leyenda urbana, hubo un ultimátum para mandar a las soviéticas a Siberia. Pura criollada nada más. Fue evidente que hubo una reacción, una sorprendente remontada en ese tercer set que el Perú ganaba por 12 a 6. Definitivamente algo ocurrió en esa cancha del coliseo Hangyang. Irina Smirnova y Valentina Ogienko lideraron esa reacción que fulminó al buen juego peruano. Ese fue el comienzo del fin. El oro se resbaló de las manos en esa última jugada cuando le levantan mal el balón a Gina Torrealva. Mucha rabia, muchas preguntas, más lágrimas. La impotencia. Pudo ser y no fue pero a las peruanas las recibieron como campeonas, como se debía. No había que ser profeta para saber que veinte años después íbamos a añorarlas de esa manera. Han pasado veinte años y me pregunto si sería una buena idea reunirlas a todas para preguntarles: ¿Qué ocurrió? ¿Por qué hemos caído así?.
Quizá pueda reunirlas y agradecerle por las madrugadas de septiembre de 1988. Para pensar en tiempo presente. Mientras tanto, repito unas cuantas veces más ese video de la última jugada y rescato la ilusión de que un día lejano el Comité Olímpico Internacional decida ratificar las medallas ganadas en los Juegos del ayer. Me imagino una suerte de sacramento de la confirmación con las preseas obtenidas. Así, cuando convoquen a las ganadoras del vóley en Seúl 88 se darán cuenta que la Unión Soviética ya no existe y podrían decidir que ese seleccionado peruano nunca tan glorioso y gozoso ocupe el lugar de quien no está. Punto para Perú ¿Sería lindo no? Han pasado veintisiete años y un feroz crítico puede acusarnos de revivir el pasado sin proponer nada para el presente. ¿Qué falta ahora en el vóley? ¿Tan lejos estamos? Hace seis años, Perú llegó al Mundial de Japón y le jugó de igual a igual a Serbia, Turquía y Cuba. ¿Y entonces? Llegó un nuevo técnico para reemplazar a Carlos Aparicio, un brasileño (Ennio de Figueiredo) que dirigió a su país en la década del setenta y ochenta (cuando Perú lo paseaba) y que nunca se actualizó. Para colmo, este señor desembarcó a Elena Kledibekova, una de las mejores jugadoras del Perú en ese mundial japonés y la mejor levantadora (puesto clave) que tenemos en la actualidad. Se desarmó todo. Al Preolímpico de enero en Lima, llegaron jugadoras lesionadas de Europa (Patty Soto, por ejemplo) y el desastre se consumó ante la bisoña Venezuela.
El año pasado una generación de quinceañeras llamó nuestra atención cuando clasificó al mundial de su categoría (una suerte de jotitas de los mates). Había material para comenzar con el crecimiento pero una decisión dirigencial equivocada trajo al entrenador menos ideal. ¿Y ahora qué nos queda? Comenzar de nuevo, con jugadoras que nunca pongan pretextos para dejar de venir desde Europa, con un régimen de entrenamiento sin descanso y con un técnico decente (el lugar sigue vacante, es decir seguimos perdiendo tiempo).

Hace falta presupuesto para proponer giras, multiplicar los amistosos y jugar, incluso, con clubes de primer nivel del extranjero (ese equipo que jugó en Seúl 88 se pasaba temporadas en Asia enfrentando al Ito Yokado de Japón). “Nosotras jugábamos 200 partidos antes de cada torneo importante?, me dijo Cenaida Uribe hace pocos meses. Hoy, Natalia Málaga se calienta y dice que falta compromiso en la dirigencia, cuerpo técnico y en las mismas jugadoras. Hoy, jugadoras como Luren Baylón que acusan a la Federación Peruana de Vóley de abandonarlas cuando sufren alguna lesión. Todo mal, desde cualquier punto de vista. ¿Ustedes qué dicen?

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